domingo, 25 de abril de 2010

Rendijas de la muerte

Perdone,
Estoy sobre las rendijas de la muerte.
Mis dedos inconformes saltan
Queriendo abrir la negra alcantarilla.
Mi furioso deseo por terminar el vacío,
De conmover a ti demonio,
Sueltes una carcajada honda
Como los huecos de mis brazos,
Y te lleves el polvo de mi recia carne.
Muevo las piernas,
Suplico,
No avanzo,
Y mis brazos desesperan
Haciendo ademanes de velocidad.
Mojo la alcantarilla de amargas
Plastas de ansiedad
Que entorpecen mi lengua.
Estoy sobre las rendijas del mundo,
En el centro eterno de la divinidad infértil.
Déjeme de un solo paso,
Para abarcar todo el vano recuerdo,
Para comerme el infierno entero.

De café y otras banalidades

Preparare dos tazas de café, dijo mi amigo. Le respondí que era innecesario, mi vida ya estaba tan vacía como para seguir con tazas ajenas. Sin embargo, vacié la taza y otras tantas que me fueron ofreciendo lo que dura una noche.
Si fuera un simple hombre te llevaría lejos, en vez de hablarte de café y vacíos. Pero como ni siquiera soy hombre no me atrevo a dirigirte la palabra.
Estoy en la mesa contigua a ti, no sabes que escribo a cerca de ti, ni que te observo desde hace aproximadamente dos semanas; no tienes ni idea, pero me gusta cuando cambias de página a ese libro gordo y tocas tu cabello como para engrasarte los dedos.
Prendo un cigarrillo, no lo notas. Sigues sumergida entre letras que no reconozco, no porque leas a Sartre y no conozca de él, sino que no he podido ver tus ojos, no se como puedes leer sin ojos, en mi mente no tienes ojos y esas letras se quedan vagando por los hoyuelos que se posan en tus mejillas llenas de pecas.
Quisiera conocerte y decirte que Sartre es un maldito desgraciado con mucha razón, pero que prefiero la filosofía del absurdo. Te explicaría el por qué y quedarías fascinada, estoy segura de ello.
Sigo escribiendo sobre ti y tú leyendo sin ojos, y me pregunto que clase de ojos son los tuyos, si voltearas alguna vez, si te fijaras en mi cigarrillo a punto de apagarse o tal vez en mis zapatos de mala presentación.
Mi amigo se ha marchado y sigo entre excusas para voltear una vez más a tu mesa.
Enciendo otro cigarrillo, quizá no lo notes, ahí va, no lo has notado para nada.
Si fuera un simple hombre te arrebataría ese libro y te diría “Mírame”, sólo eso, no hay más que decir en este mundo.
“Mírame”, “contempla mi grandeza estúpida y heroica”.

jueves, 15 de abril de 2010

La ventana

Nuestra ventana trasera.
La ventana donde me gustaba contemplarte,
La ventana que después
Pintamos juntos.
Esos vidrios por donde se colaban mis ojos
Para alcanzar tus últimos pasos.
El marco que pintamos juntos,
Ya gastado por tanto mirarte y mirarme
En un reflejo de años petrificados.
Los vidrios que ahora reflejan sólo mi rostro,
Lo bruno de las noches
Y donde ya no me acompañas
Con el sopor de tus entrañas.

Esa ventana con tus labios marcados,
Abierta para soplar tiempo.
Abierta la ventana,
Abierto mi pecho y el mundo.
Abiertas mis almas,
Cerrados tus ojos.
Y mi calma deteniendo tus lágrimas,
Amortiguando tus mejillas,
Raspando el piso con mis rodillas.
Deteniendo el último despojo.

martes, 13 de abril de 2010

La niña golpeaba al perro, manso, tan de la calle que no era necesario preguntar si poseía dueño.

-Shu, shu- pataditas que hacían enmudecer al animal, y sin más remedio, huía con miedo.

Las palomas volaban sobre mi cabeza, se colaban entre mis zapatos viejos. La niña rubia persistente lanzando algo al cielo, como tierra de color de sus cabellos, palomas vueltas locas y balanceándose sobre ella. Lo disfrutaba enteramente.
El sonido de felicidad por todas partes, entre mis dedos, revoloteando sobre mi cabello mal cortado, tanta euforia y yo muerta en una banca cualquiera.
Esperaba la salida de una sonrisa, ¿llegó? no di cuenta de ello…
Tuve que reconocer entonces, no tenía capacidad de disfrutar el más estúpido encuentro con la paz.
Comer cigarros, caminar y más cigarros, camino y un hombre pide consuelo con uno de esos que traigo en el bolsillo izquierdo. Miento.

- No señor, es el último- me hundo en las suelas de mis zapatos y continuo el viaje.

Viaje a la nada.
Viaje hacia mi alma, quisiera encontrar. Dicen que son miles, me tomará bastante tiempo encontrarlas todas. Quisiera por lo menos, por lo bajo pienso, encontrar la que hace florecer los sentimientos. Así podría también alimentar palomas, patear perros callejeros y gozar tirando tierra dorada al cielo, como cualquier ignorante de esta maldita tierra llena de falsos dolores.

lunes, 22 de marzo de 2010

Sol del gran Infierno

Ahora se que se siente morir despacio
Bajo el sol del gran Infierno.
Si existiese sólo uno…
Así como el alma se multiplica en millones,
Entre cada lágrima en reposo.
Ahora se lo que no sabía
Y ya no temo.
Porque ando debajo del sol más caliente,
Del más despiadado,
El sol del Infierno grande.
Soy peón del desierto,
Produzco arena y me la trago a montones.
No tengo más que el ferviente sol que mata lento.
Soy de la tierra de nada,
La estéril como otros la llaman.
Soy del hoyo plano.
De donde nada más sale calor y un montón de Infiernos.

Barrio escéptico

Maté a un hombre. No a cualquiera claro está, no se anda matando así como así a quien se te meta por las narices. Con éste valió el esfuerzo, y ese hueco tan profundo que cavé en el patio trasero, para luego no acarrear habladurías y me tachen de ciudadano con pocos principios.

Pensó en seducir a mi mujer, el desgraciado, se le veía la intención hasta en las rendijas dentales. Y que decir de mi astucia, mandé volar sus sesos antes de que pudiera acercársele nuevamente, me aseguré de que Nora tomara el asesinato como lo que es, algo naturalmente usual entre los hombres de este barrio. Somos del tipo escéptico, además el apoyo del vecindario equilibra mucho más la culpa y hasta celebro pertenecer a un grupo tan seguro en sus convicciones.

Quiso convencerme fingiendo no conocer a ese tal Pascual, me bastó escuchar tal atrocidad para no dejarla hablar más, estoy seguro que hubiera abogado por él y asumido total responsabilidad, mi mujer era caridad pura de piernas largas y tobillos anchos. Que decir del pobre Pascual, tan del montón que se confundiría con cualquiera. Tuve que matar a Nora, no soporté la idea de compartir la única almohada de la cama con una mujer tan caritativa y despreciable.

Eliminarlos me pareció lo más sensato. Me justifico: los celos son caballos furiosos que inhalan el ardor del corazón abierto y derramado hasta el suelo, relinchan y trotan salpicando el rostro del tibio sabor de la desgracia amorosa.
Recuerdo aun haberla visto en la parada de autobús junto a él. Ocho metros los separaban. Guardan las apariencias, pensé; y escondido detrás de un cesto enorme de basura pude divisar como ese Pascual dejó que Nora subiera primero al vehículo, esa chatarra con ruedas testigo de sus repulsivos encuentros. Desde ese día, la seguí a todas partes, no volví a toparme con imágenes de ambos; pero yo sabía que lo extrañaba, sus ojos oscurecían mi felicidad y elucubré que la vida sería miserable desde entonces.

Tiempo después, Pascual decidió resucitar de entre los asesinados y pasar delante mío, sentarse en la mesa contigua y pedir exactamente la misma ensalada que ahora crujía entre mis muelas y se deshacía con la saliva más tosca y amarga, como la de alguien que acaba de ver un muerto sentarse a su lado.
Un gran parecido, quizás parientes. Me perturbó la idea del error por unos instantes, sólo por uno o dos instantes.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Llevala lejos

Regresa el tiempo

Y haz que no la conozca de nuevo.

Apártala de mí.

Oxida su camino.

Satura su hilo de vida.

Regresa mis pasos

Y adviérteme virar en alguna ladera incorrecta, lejos de ella.

Revélame en sueños tanta calamidad,

La que me dejara sin carne y matara las ilusiones de mis ya acabadas almas.

Siente mi agonía

Y el fenecido hueco, la sed de mi saber incesante.

Toma la forma de un dogal y ahoga el núcleo madre de mis elucubraciones ya incrustadas en la vulgaridad.

Llévala lejos.

Que no conozca jamás el goce de la muerte.

Que se sienta eterna,

Una llama más en el poso de esta tierra.

Tonantes mis palabras.

Las santas concentraciones del ritmo.

Los versos que se cuelan entre mis dientes,

El vomito de sanidad y el amargo placer de una castigada felicidad.