Preparare dos tazas de café, dijo mi amigo. Le respondí que era innecesario, mi vida ya estaba tan vacía como para seguir con tazas ajenas. Sin embargo, vacié la taza y otras tantas que me fueron ofreciendo lo que dura una noche.
Si fuera un simple hombre te llevaría lejos, en vez de hablarte de café y vacíos. Pero como ni siquiera soy hombre no me atrevo a dirigirte la palabra.
Estoy en la mesa contigua a ti, no sabes que escribo a cerca de ti, ni que te observo desde hace aproximadamente dos semanas; no tienes ni idea, pero me gusta cuando cambias de página a ese libro gordo y tocas tu cabello como para engrasarte los dedos.
Prendo un cigarrillo, no lo notas. Sigues sumergida entre letras que no reconozco, no porque leas a Sartre y no conozca de él, sino que no he podido ver tus ojos, no se como puedes leer sin ojos, en mi mente no tienes ojos y esas letras se quedan vagando por los hoyuelos que se posan en tus mejillas llenas de pecas.
Quisiera conocerte y decirte que Sartre es un maldito desgraciado con mucha razón, pero que prefiero la filosofía del absurdo. Te explicaría el por qué y quedarías fascinada, estoy segura de ello.
Sigo escribiendo sobre ti y tú leyendo sin ojos, y me pregunto que clase de ojos son los tuyos, si voltearas alguna vez, si te fijaras en mi cigarrillo a punto de apagarse o tal vez en mis zapatos de mala presentación.
Mi amigo se ha marchado y sigo entre excusas para voltear una vez más a tu mesa.
Enciendo otro cigarrillo, quizá no lo notes, ahí va, no lo has notado para nada.
Si fuera un simple hombre te arrebataría ese libro y te diría “Mírame”, sólo eso, no hay más que decir en este mundo.
“Mírame”, “contempla mi grandeza estúpida y heroica”.
domingo, 25 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario