martes, 13 de abril de 2010

La niña golpeaba al perro, manso, tan de la calle que no era necesario preguntar si poseía dueño.

-Shu, shu- pataditas que hacían enmudecer al animal, y sin más remedio, huía con miedo.

Las palomas volaban sobre mi cabeza, se colaban entre mis zapatos viejos. La niña rubia persistente lanzando algo al cielo, como tierra de color de sus cabellos, palomas vueltas locas y balanceándose sobre ella. Lo disfrutaba enteramente.
El sonido de felicidad por todas partes, entre mis dedos, revoloteando sobre mi cabello mal cortado, tanta euforia y yo muerta en una banca cualquiera.
Esperaba la salida de una sonrisa, ¿llegó? no di cuenta de ello…
Tuve que reconocer entonces, no tenía capacidad de disfrutar el más estúpido encuentro con la paz.
Comer cigarros, caminar y más cigarros, camino y un hombre pide consuelo con uno de esos que traigo en el bolsillo izquierdo. Miento.

- No señor, es el último- me hundo en las suelas de mis zapatos y continuo el viaje.

Viaje a la nada.
Viaje hacia mi alma, quisiera encontrar. Dicen que son miles, me tomará bastante tiempo encontrarlas todas. Quisiera por lo menos, por lo bajo pienso, encontrar la que hace florecer los sentimientos. Así podría también alimentar palomas, patear perros callejeros y gozar tirando tierra dorada al cielo, como cualquier ignorante de esta maldita tierra llena de falsos dolores.

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